Breve historia arqueológica
Cuando tenía como tres años, mi padrino me llevó al Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico, para que viera las momias que ahí duermen. En los ochenta no había internet, así que obviamente no tenía idea de lo que era una momia, pero según las terroríficas descripciones de mi tío, la momia era algo a lo que debía temer.
El bully es parte intrínseca de mi familia.
Estaba supernerviosa, iba a ver a personas muertas que por alguna extraña razón estaban en exhibición en Río Piedras, y a mí Río Piedras ya me daba mucho estrés: caminar por el Paseo de Diego era enfrentarme a cientos de imágenes atemorizantes, incluyendo la mesa antiaborto con "bebés" conservados en jarras de cristal, y el mimo que fracasadamente intentaba hacerme reír con sus payasadas.
De más está decir, que no quería ir.
Pero fui.
Para mi sorpresa, las momias no me comieron, pero reventaron mi pequeño cerebrito en cantos, estimulando en mí infinitas preguntas que mi tío no podía contestar. ¿Eso estuvo vivo? Sí ¿Hace cuánto estuvo vivo? Cientos de años ¿Cuánto son cientos de años? Un montón ¿Por qué murió? Le dio un patatú ¿Yo voy a morir? Sí, pero no hoy ¿Son hombres o mujeres? Ese es hombre, esa mujer, y ese su gato ¿Qué hacían? Sabrá dios ¿Les gustaba bailar? Probablemente ¿Qué comían? El letrero no dice ¿Dónde vivían? En Egipto ¿Dónde es eso? Bien lejos ¿Cómo hablaban? No sé ¿Cómo se vestían? Como ese dibujo que está ahí ¿Quiénes eran sus amigos? Qué sé yo ¿Por qué está aquí? Para que lo veamos ¿Cómo llegó aquí? Ricardo Alegría las mandó ¿Por qué se llama momia? Porque está momificada ¿Qué es momificada?
Nena qué mucho tú preguntas.
Ese día me obsesioné con el pasado, las culturas y la existencia, por lo que decidí ser alqueologa, aunque apenas podía pronunciar esa palabra que mis padres acababan de incluir en mi vocablo.
Desconocía el job description de un arqueólogo, pero sí sabía que eran aventureros -como mi gurú, Indiana Jones- y que buscaban en la tierra las respuestas a sus preguntas. Y como yo tenía muchas preguntas, empecé a excavar en cada pedazo de tierra que encontraba, incluyendo las jardineras de mi casa, con el fin de encontrar cualquier artefacto que me conectara con mis ancestros taínos, por eso de que me era imposible llegar a Egipto para averiguar los hobbies y traumas de las momias de la iupi.
Claramente los tiestos de Puerto Nuevo no tenían cemís enterrados, así que moví mi excavación arqueológica a La Joya, la finca de mi abuela materna en Barranquitas. Solicité la autorización de abuela para hacer rotos en el terreno, pero me la denegó con la misma indiferencia de un empleado gubernamental, y me mandó al río a buscar mis dichosos yacimientos.
Trabajé muchas horas en el río Usabón buscando mensajes de mis antepasados entre pecesitos de colores y las "cucarachitas" que patinan sobre el agua. Ni las bruquenas se atrevían a interrumpirme mientras inspeccionaba cuidadosamente cada piedra del río con la esperanza de encontrar alguna tallada. Lo único que me sacaba de allí era la perse que tenía de encontrarme a Toño Bicicleta, en bicicleta, o a la supuesta bruja que vivía río arriba hacia el oeste.
Las parábolas son parte intrínseca de mi familia.
Un día, como quien no quiere la cosa, encontré lo que buscaba, el artefacto más importante de la historia taína de Borikén: una piedrita gris, redonda y plana, marcada con tres círculos en su lado menos plano.
En mi universo, esa piedra era, indiscutiblemente, una moneda taína.
🙌🏼
En mis tiernos cinco años de vida jamás había sentido una alegría tan cabrona como esa. Incluso había superado la euforia que sentí la primera vez que mastiqué un Pop-Tart de fresa, y eso es mucho decir, porque al sol de hoy, me sigue excitando el sabor artificial de ese delicatessen. Pero cómo no iba a estar eufórica si había alcanzado mi meta a pesar del miedo que me provoca la soledad del río y los animales que allí habitan. A pesar de Toño Bicicleta, en bicicleta, y la bruja del oeste. A pesar de que mi familia no tomaba en serio mi pequeña profesión.
Luego de mi exitoso hallazgo, me retiré de mi carrera como arqueóloga, pero nunca he parado de buscar piedras -y algunos caracoles- porque mi moneda taína abrió un portal que desconocía. Primero que todo, fue ella la que me llamó y dio la determinación que necesitaba para buscarla. Sentí su energía y sabía que al encontrarla aprendería mucho de ella.
Cuando toqué mi moneda taína, pude ver a los taínos, las últimas personas que la agarraron y la manera en que llegó al río. Sentí todo lo que ella había sentido en todos sus tiempos, incluyendo su calma al ser empujada por animales indiscretos, y su paciencia al permanecer por siglos enterrada bajo agua esperando mi llegada. Hay algo mágico en el silencio de las piedras que grita una infinita cantidad de sabiduría.
Hoy, más de 30 años después, sigo custodiando la desgastada moneda taína, y me gusta pensar que fui yo la que talló su forma y pintó sus círculos en tiempos remotos, para enviarle un souvenir de otra existencia a mi yo del presente que explicase lo fácil que es viajar a través del tiempo y el espacio.
Cuán poderoso es lo que no vemos que movió tres momias egipcias a Río Piedras solo para que yo despertara mi sensibilidad e imaginación.
Gracias Ricardo Alegría, gracias Indiana Jones, gracias Brenda de otra dimensión por tanta inspiración.